Siempre narro en primera persona, porque soy yo quien les habla.
Pero no siempre cuento mis historias, no siempre me vulnero ante ustedes.
A veces les escribe la inocencia en mi nombre, aun la conservo, pero la escondo a conveniencia para no ser perjudicada.
Otras tantas, escribe la rabia, y esta se manifiesta somatizando mi cuerpo a su merced, haciéndome ser esa que no precisamente es la que soy.
Con algo de suerte, me he vuelto escritora, y solo escribiendo es que puedo exorcizar mis fantasmas internos. 
Escribir se ha vuelto mi terapia. Aquí puedo ser yo y decir justo lo que necesito decir, sin tener que abrir la boca. 
Sin tener que hablar con nadie, solo mi mente, mi teclado y yo.
Les he mostrado a través de éste, mi espacio de catarsis, sólo lo que quiero que sepan de mi, lo que es fácil de decir, lo que finalmente no quiero esconder.
Pero ese otro lado, ese vértice de dolor, el verdadero dolor que se esconde en mi alma no está contemplado en este lugar. Donde aunque soy anónima e inanimada sigo siendo incapaz de romper las barreras del silencio.
No puedo sacarlo, se me hace difícil manejarme en ese escenario. Me siento verdaderamente indefensa y sin armas para pelear.
No ha sido fácil este camino, me he encontrado con muchas cabezas huecas y corazones fríos, y he tenido que hacerme fuerte tras cada tropiezo.
He tenido que tragarme lágrimas y dolor para disfrazarlos de sonrisa, además de reírme de mi misma para que otros no lo hagan.
Y finalmente, me he vuelto un ser agresivo y un manojo de ansiedad.
Siempre a la defensiva, cual león esperando su presa, atenta a cualquier mísero intento por tocarme.
He atacado sin ser provocada, me ha ganado el miedo a verme en las manos de otro.
He internalizado la vana costumbre de ir un paso adelante del resto, de pegar primero para pegar dos veces, y aunque he aprendido a no dejar que nadie entre en mi terreno de protección, también he tenido mis desventuras. Es que, sencillamente, no todo el mundo nos quiere lastimar, y a veces no sabemos distinguir ciertos bemoles.
El fuerte se cansa, y lo hace cada cierto tiempo para tomar un respiro, renovar fuerzas y continuar el camino.
Sí, a veces se acaban las ganas de levantarte y sonreír al mundo, cuando internamente estás hastiada de todo eso que no puedes solucionar de inmediato.
El fuerte sufre, se calla y se levanta con sonrisas mentirosas. No permite que lo veas cabizbajo porque ese ímpetu orgulloso le impide humanizarse frente a otros. Si, un tanto autómatas, un tanto autistas de su propio infierno, pero dignos, llenos de miles de llagas producidas por los ataques de guerras pasadas, y una cuota significativa de desconfianza frente a todo.
El fuerte, se disfraza de armadura y se pone a disposición de las circunstancias confiando en su pulso para conducirse entre las aventuras de esta vida.
Pero, he comenzado a sobre analizar si realmente el fuerte es fuerte, o si terminamos siendo cobardes y soberbios por no querer se vistos mientras lavamos nuestras heridas con la hiel del desengaño.
Sin embargo, no conozco otro método para sobrevivir a esta ley de la selva que es la vida, donde finalmente, es el más fuerte quien sobrevive.
Donde si te descuidas eres arrastrado por el peso del mundo que corre a alta velocidad, donde no se te permite bajarte en la primera estación que encuentres, donde eres y serás el arquitecto de tu propio refugio y de tu propia guarida.
Entonces, ¿Verdaderamente la batalla es sobrevivir o saber vivir?
¿Realmente el fuerte es fuerte?
¿O terminas siendo más débil?



Me importa poco, así soy

26/05/11