En aquellos días de angustiosa soledad, de despecho eterno, de corazones rotos y desespero, de escapes de emergencia y salidas fáciles, de cobardía y resentimiento, de sexo sin amor, recuerdo estaba ella...
Esa mujer buena, herida de muerte por un amor que no la amó, de mirada clara y alma pura, con sueños imposibles y dolores escondidos, solo quería olvidar...
El, un simple amigo de a ratos, solo bailes, risas, y un par de palabras...
Muy cercanos y muy parecidos, al mismo tiempo muy distintos y muy contradictorios.
El, no estaba solo, era el chico excéntrico y extrovertido, no tan atractivo pero con derroches de simpatía, el vivo reflejo del tipo perfecto, con una historia negra oculta que nadie conocía. 
El la buscaba, la tentaba, una y otra vez la llevaba al limite, al borde del abismo, disfrutaba de su experiencia en estos juegos, y también de la inocencia de aquella chica...
Ella se negaba, se alejaba y volvía por un poco más, le gustaba saborear el peligro sin caer completamente. 
Con el deseo a flor de piel y las ganas de experimentar lo prohibido... La excusa perfecta para erradicar el dolor, se convirtió en locura...
y una noche de esas, donde la razón se acuesta a dormir y el instinto se queda despierto, ella terminó con las distancias y se enredó en ese mar de sensaciones que afloraban sin mesura.
El sorprendido, no podía creer lo que veía, esa mujer que tanto se había negado, estaba frente a él, diciéndole sin palabras que esa noche sería para olvidarse del resto.
De pronto entraron en un laberinto de excentricidades, cargados de lujuria y frialdad, donde no había espacio para el afecto, y donde se armaron con mascaras de descaro y se las mostraron al mundo... Fueron esa complicidad maligna, una dualidad que hacia ver la parte más oscura de ambos.
Así fue pasando el tiempo, ella comenzó a sentir vacío, la cama no llenaba los espacios que sus afectos demandaban, ya su mente no se distraía con la piel de aquel hombre, ya su cuerpo no daba más y comenzaba a sentir rechazo por todo aquello que los ataba.
El, aprovechaba la situación, saciaba sus ganas, usaba aquel cuerpo y apuñalaba su alma arrojando los restos en algún viejo bar o en el rincón de los recuerdos...
Ella no sabia quien era, no podría reconocer ese rostro ni esas lágrimas, aquella mujer que no tenia reservas, que se entregaba sin condiciones, no sabía que eso que sentía era desprecio, era dolor, no sabia que para ese hombre era solo carne, solo piel.
El,  se preguntaba por qué todo aquello había cambiado, por qué ese cuerpo no se entregaba como siempre, y esa piel no derramaba deseo... 
Jamás pudo comprender que ella era más que un proveedor de placeres, más que su juguete preferido y no supo llenar eso que la cama dejaba vacía.
Ese hombre, máquina del sexo, pero un muy pobre caballero, un cuerpo vacío, nunca pudo abrir sus ojos, y jamás se enteró.
Ella, se hizo fría y desconfiada, se alejó, se liberó de ese circulo dañino y no respondió una sola de sus cartas, no dio señales de existencia, porque aquel hombre, de grandes cualidades y de excelente presencia, había matado una rosa con sus propias espinas.
Con el tiempo, se volvieron a encontrar y él seguía deseando nadar en ese mar de hielo, ese mundo abstracto que llenaba sus agallas de hiel y de ego, su cara tan lavada tocó su puerta de nuevo.
Ella silenciosa, lo miraba con recelo, distancia, y con desprecio.  Sentía un profundo rechazo y algo de lastima, porque sabia que ese hombre que jamás la conoció, no era más que un cuerpo sin alma.
De modo que no hizo falta palabra alguna, y con tan solo guardar silencio le dijo...
Nunca más..


20-12-10