Soy tantas cosas que no sé muy bien lo que soy, tengo miedo, y me escondo de él con mucha valentía, casi para no dejar ver que sigo siendo débil.
No reconozco muchas cosas en mí, muchas cosas que no hablan de la persona que fui, de esa que creía en otros, que pensaba en sueños bonitos y no tenía esos malos sentimientos.
Si, malos sentimientos, es que tal vez no sea tan buena como creí que era.
Tal vez no soy la diferencia, tal vez soy una más, con tantos errores a cuesta y tan pocas soluciones saludables.
No odio a nadie, pero perdono y no olvido. Jamás olvido.
Y he transitado ésta vida pensando que eso es bueno y que no es rencor, sino la autodefensa ante el dolor.
Defendía eso como si realmente mi perdón fuera genuino, como si no me hiciera daño.
Y fíjate, aquí estoy, a mis  medianos 24 años pensando que tal vez si tengo el corazón contaminado, que quizás si es verdad eso que me dijeron hace poco. Tengo malos sentimientos.
No solo es malo quien desea mal, o quien le hace el mal a otros, es malo también quien no olvida y espera con ansiedad morbosa que ese otro que te hizo daño pague cada una de tus lágrimas.
Hoy lo reconozco, pero porque realmente para mí esto no era ser malo, era ser justo. Pero no es así.
De cualquier manera, es bueno asumir la responsabilidad de nuestros actos y decir, ellos me dañaron pero yo decido si ser como ellos o ser mejor.
De modo que, humildemente lo digo, si. Esto no le ha hecho daño a nadie sino a mí.
Me ha hecho agresiva ante la vida, ante las cosas que me pasan, me hace no saber manejar mis impulsos y pensar con el dedo gordo del pie,  me ha hecho mentirosa conmigo misma, y me ha hecho el juez de una causa que no me corresponde juzgar a mí.
Me ha hecho infinitamente gris, aparte de pelearme conmigo misma en afán de entender quien rayos soy, qué carajo hago aquí y qué me mueve a ser así. Y sin entender tanta contradicción
Es esa pugna interna por no saber qué hacer con eso, y por no tener agallas para reconocer que eso era todo.
Sé que no es nuevo, que siempre viví con la filosofía soberbia de no dejar que nadie me hiriera dos veces, de creerme tan digna para juzgar a quienes se equivocan, olvidándome que también soy humana y me equivoco.
Quise ser tan buena, tan correcta, tan amiga de todos, tan comprensiva, tan inquebrantable y me quedé sin vivir.
Porque el ejercicio de vivir es caer y levantarse, es equivocarse y fallar, y por supuesto, dañar a otros aunque no se quiera. 
Y cuando abrí mis alas, y me hice adulta, me equivoqué, hice justo lo que siempre critiqué, lo que no me constituye, lo que no precisamente habla de una persona tan correcta.
Y dije, si, las personas nos equivocamos, fallamos, e irremediablemente dañamos a otros.
Pero convenientemente no quise pensar en que yo necesitaba un poco de perdón, y viví a ciegas, como si aun estuviese haciendo las cosas bien, achacando culpas que eran solo mías -muy Arjona pues-.
Y de pronto, hoy, años después, y montones de errores y fallas más, reconozco que no soy tan buena, que no fui tan buena, y que tal vez mucho de lo que he pasado lo busqué yo misma.
Por no reconocerlo, por no saberlo, quizás por ser más de lo mismo que siempre critiqué, por ser irresponsable conmigo misma y no ser tan justa.
De modo que, estoy en el limbo, no sé muy bien quién soy, que queda de esa persona buena que si existió, y que queda de esta persona no tan buena pero tampoco mala que soy hoy.
Y me resulta muy difícil encontrar el eslabón perdido para decidir desde donde comenzar.
Estoy en franca guerra, pero valoro la fiel intención de ser mejor y liberar viejos sentimientos que me amargan el alma. 
Ya no presumo de ser la víctima, porque me he vuelto victimaria, una gran hipócrita de la justicia y una vengadora eterna, de esas que tiran la piedra y esconde la mano.
Si, de verdad es que he dejado de ser tan buena, pero ya no culpo a otros, es mi decisión dejarme llevar por la rabia y la ira.
Es la salida más fácil, es la forma más perversa de hacerme parecer cordero cuando no lo soy. Si lo fui, pero ya no.
Este acto de contrición es necesario, para bajarme los humos, para dejar de creerme correcta cuando realmente estoy contaminada de rabia.
Cuando creo que merezco mucho y ni siquiera soy capaz de ofrecer un perdón sincero.
De modo que, este probablemente sea el momento para emprender el vuelo hacia el retorno de quien fui, que aunque venga con heridas y cicatrices de guerra, ha aprendido la lección y se levanta con humildad.
Y sencillamente, mañana veremos.
Todavía me queda mucho por aprender, y la guerra más difícil siempre será contra uno mismo.
Al menos es de valientes reconocerlo e intentarlo.
Fin.

08 de diciembre de 2011