Esa mujer, quiere confesar toda esa locura que entorpece su mente y endurece su alma...
Siente algo de miedo al hablar, ese miedo característico que le tiende trampas y le resta libertad, que la hace inútilemente tonta y siempre la deja tirada en un rincón.
Ella que lo dice todo, ha callado por mucho tiempo y ha sufrido en silencio, noches con almohadas mojadas, y días de sonrisas mentirosas.
Siempre hacia adelante, mirando hacia la esperanza posada en la puerta cerrada que jamás se abría.
Acompañada por la soledad en cada paso y encerrada en un capullo de algodón, donde con algo de suerte se lograba esconder del daño del resto, pero donde también encontró sufrimiento.
Sus alas no se hicieron tan fuertes para volar por si misma, se hizo dependiente y solitaria...  todo ese dolor que sentía se fue quedando como único compañero, como el causante de las tristezas y a su vez  como su compañero de infortunios.
Esa mujer se volvió insegura, y se quedó con la inocencia que le auspició la protección, esa mujer que en todos creía, esa de sentimientos nobles y malicia inexistente dejó de ser niña sin darse cuenta.
Ella que se escondía para no ser vista, se sentía tan distinta y no se ajustaba al mundo, a ese mundo que la miraba con crueldad, la heria con frecuencia, y ese que jamás supo de su llanto.
¿Soledad? condición sine qua non, como ese germen que a través del tiempo se fue metiendo entre los pliegues de su ropa, y ¿cómo es que rodeada de tanta gente estaba sola?. No hay forma de explicarlo, esas palabras tienen vida y hablan con voz propia.
Esa mujer, en el fondo seguía siendo niña y entregó todo sin reservas, no sabia el precio que pagaría por ser tan cobarde y esconderse tras las faldas del miedo.
Ella, cargada de añoranza y de necesidades que mutaron en carencias, emprendió la búsqueda de una excusa para ser feliz llamada persona, esa que la hiciera salir de ese mundo paralelo donde habitaba ella y su conciencia.
Regaló su tiempo y dedicación a llenar de besos algunos rostros, de caricias tibias a algunas manos frías, de palabras dulces y flores algunos corazones vacíos, pero también de piel a uno que otro cuerpo con sed de inocencia.
De aquello nada le quedó,  pues la soledad se seguía acostando del lado derecho de su cama, mientras ella intentaba darle la espalda aferrada a esa excusa que disfrazaba de felicidad.
Malas elecciones,  erróneas decisiones, y un único responsable... su desesperación.
Ese ímpetu radical que no dejaba paso a los matices y puntos medios, la ha hecho ser vulnerable de culpas y tentaciones, de las cuales no siempre ha podido escapar.
Luego de morir por el dolor del fracaso, volvió a nacer, entre sus cenizas yacía solo el rastro escondido de esa niña con emociones tiernas y corazón de caramelo.
Se confeccionó una coraza engañosa, a base de lagrimas saladas que al solidificarse armaron su fortaleza, un sitio intocable donde no dejaba pasar a muchos.
No tuvo culpa y sin querer se hizo fuerte, se hizo mujer de plomo, en sus bases puso afiladas lanzas para protegerse, para estar a la defensiva y siempre alerta, esperando el momento para salir volando y arrastrar todo a su paso. 
De forma imperceptible, esa coraza había confinado a esa niña a la prisión de sus emociones, al cuartel de sus sentidos, amen de una ley sin tregua, donde no había ganador...
Dejó de creer en las palabras, porque la vida la enseñó que estas no servían de mucho, aprendió a defenderse y en ese proceso se convirtió en alguien que no es...
En el fondo, seguía llorando esa niña con ganas de seguir creyendo y bajar las armas, porque esa armadura de sal era pesada y amarga, pero esa mujer nueva que nació entre cenizas no quería dejarla ver, se resistía y mostraba su lado más hostil
Así convivieron juntas, compartiendo el un mismo cuerpo en constante guerra, habitando la misma existencia, y haciéndole una doble vía a la conciencia, tan ambigua y tan dual, tan mentira y tan verdad.
Ese híbrido vertebrado, esa mujer que se relacionaba con aparente seguridad, que se movía entre la gente con carácter y autoridad, que presumía un increíble dominio de sus emociones, no era más que la representación exacerbada del miedo a ser la niña que vive en ese interior lastimado, miedo a dejarse ver entre lineas y ser susceptible de caer.
Pero esa mujer se dejó encontrar por un valiente que se atrevió a burlar sus muros de contención, a pasar barreras y a conquistar terrenos con astucia, se entregó a sentir, se dejó amar y se dejó tocar. Dejó salir a esa niña y se arriesgó.
De pronto, el caudal de inseguridades se desbordó, dejándola en medio de mares de demencia, nublada por fantasmas internos reflejados en los brazos abiertos de quien la buscaba.
Nadie lo obligaba, allí estaba él, porque así lo quería porque así lo deseaba, y era perfecto, como ella lo soñó, había luchado un poco para estar ahí, sin embargo, esa mujer... esa mujer traicionera que habitaba ese cuerpo, asesinó con sus mañas todo ese mundo de colores mágicos que se inventaron.
Y sin más, aquel valiente se convirtió en cobarde, decidió irse sin siquiera pensar que tal vez aquella niña que quería salir a volar de su mano se había quedado sola de nuevo, sin pensar que tal vez necesitaba un poco de tiempo, y de ese amor para salvarse, sin pensar que ella lo amaba mientras esa mujer lo atormentaba.
Se fue sin saber que esa mujer no era ella, él no quiso saber más, no quiso ver atrás, prefirió otros brazos, otras manos, otras tierras... Se fue para no volver...
Esa mujer muere de culpa, muere de insomnio y de frustración, se siente en deuda con esa niña que intentaba cuidar y se refugia en un quizás que no existe.
Mientras que esa niña la odia, la condena, y la tortura, por ser la causante de su tristeza, la causante de que ya no quiera volver a salir del anonimato.
Esa niña que ya no sabe quien es, que luchó contra todo y todos por creer en ese caballero que le hablaba bonito, ya no siente ganas de salir, y se retuerce de dolor al pensar que si tan solo hubiese sido valiente, él hoy sabría que esa niña es la persona que llegó a amar por un instante y no esa mujer que lo obligó a irse.