Tú, tan inseguro como siempre.
Con juegos de palabras y con esa forma un tanto rudimentaria de conquistar a una mujer. Sin palabras, sin promesas, tan solo con tu voz, con tu olor y tu guitarra.
Sí, yo caí. Siendo niña y sin conocerte, caí.
¿Me quisiste? Sí, o no lo se. Tu ego era demasiado grande para dejar ver algún viso de amor hacia mí.
Pero sabias manejarme, me tenías en tus manos, sabías que te amaba y eso te gustaba.
Te hacía sentir poderoso en medio de todo ese invierno turbio que vivías dentro de ti.
Yo te amaba, tu intentabas quererme, me hacías feliz con las pocas migajas que se caían entre tus dedos. Y mientras, la amabas en silencio a ella, quien jugaba contigo, quien no te quiso y a quien siempre mereciste.
Yo te lo dí todo, desde la piel hasta el pensamiento, y cualquier otra cosa que por simple antojo me pidieras.
Fui todo lo estúpida que se podría ser, te amaba, fue tu culpa no mía.
Pero tú, lo fuiste aun más, me dejaste ir y pagaste cada una de mis lagrimas con el látigo del karma. Luego regresaste.
Querías saber que era vivir sin ataduras y te ataste para siempre. De pronto yo era lo que siempre quisiste para ti, yo era esa mujer que no querías dejar ir porque sabías lo que valgo, e intentaste nuevamente atarme a tu sombra.
Sorprendido quedaste cuando viste que no iba a suceder, que ya no era tuya, que había aprendido que lo mejor que me podría pasar en la vida era olvidarme de ti. Y nos vimos, sí, nos vimos.
Intentaste llamar mi atención cual niño de ocho años, acudiste a tu manipulación, a tus canciones y a tu voz.  A tu carta bajo la mesa, a la jugada segura. Pero ya me habías perdido, ya mi corazón no latía por ti, ya mi mente había aprendido a pensar en otra cosa que no fuera en tus labios.
Y crecí, me hice mujer con esa experiencia y seguí.
Tú, te sientes miserable, pero no eres lo suficientemente hombre para reconocer lo imbecil que has sido, lo visceral de tus pobres decisiones, pero sobre todo, te falta hombría para pararte frente a mi y arriesgarte a decir lo que de verdad sientes.
Ella te hizo pagar, ella fue tu condena antes y después. Y finalmente, es ella quién hizo de ti el hombre que eres. El que nunca me mereció y a quien no volveré a besar nunca más.


27 de octubre de 2011